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989 m
692 m
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2,6
5,2
10,36 km
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cerca de San Martín de Trevejo, Extremadura (España)
Había llovido de madrugada en Ciudad Rodrigo y pensamos en renunciar a realizar la ruta. Pero para el viernes dos de noviembre no daban agua en la sierra las app del tiempo. Así es que cogimos el coche y salimos hacia la Sierra de Gata, mirando a las nubes cargadas de humedad, y animados por los claros que se veían en los límites de Extremadura. Por el camino nos tocó desviarnos por Peñaparda y El Payo, debido a las obras de la carretera de Ciudad Rodrigo al Puerto de Perales.
Dejamos el coche en el mirador que hay frente al cruce de Villamiel con la carretera de San Martín, y comprobamos que la temperatura era muy agradable y que las nubes no eran muy amenazantes, aunque las crestas de As Torris y la cumbre del Jálama estaban cubiertas por la niebla densa.
Iniciamos la marcha por un camino que nace unos metros mas arriba, a la orilla de la carretera. La portera de alambres y cuerdas azules apenas es un obstáculo. El camino empieza empinado bajo los robles de la dehesa de San Martín y con la tierra oliendo a humedad y a rocío fresco. Las hojas secas empiezan ya a cubrir el suelo. El musgo vuelve a cubrir las piedras de las paredes en ruinas. El silencio es completo, aunque veces se oyen a lo lejos los cencerros de las vacas de las laderas de enfrente. Casi en lo alto del puerto, entre escobas y matas de roble, aparece el perfil oscuro de un chozo circular de piedra, con falsa cúpula desnuda, vigilando la dehesa vacía. Llegamos al collado dejando a la derecha una pista que baja hacia el valle.
Arriba nos encontramos con el viejo camino, empedrado a trozos, que, por las laderas del Jálama, viene de El Payo. Torcemos a la derecha y contemplamos el pico cubierto por jirones de nubes. Enfrente, el valle de Acebo, desde la presa de la Cervigona hasta el núcleo del pueblo. Caminamos por una pista reciente, de las muchas que surcan la sierra, y que permiten llegar con los coches hasta el penúltimo rincón del monte. En un recodo disfrutamos de un bosque frondoso de robles y un sotobosque de helechos dorados, que arropan el Arroyo del Cahiz que baja hacia el pueblo. Allí mismo abandonamos la pista de Acebo y seguimos a la derecha por el camino de Villamiel, entrando en la "Jesa" del pueblo por una portera canadiense. Volvemos enseguida a caminar bajo los robles que aguantan todavía verdes la llegada del otoño.
Según bajamos, nos vamos encontrando con el camino mejor empedrado, por un callejón encajonado por muros de piedra. Los cultivos en bancales se extienden por las laderas. Los frutales están ya casi desnudos, pero las cepas de las viñas están cubiertas de hojas limpias y relucientes por el agua de la lluvia reciente. Es un placer disfrutar de estos rincones de la Sierra. En la bajada nos vamos demorando haciendo fotos sin parar y, casi sin darnos cuenta, descubrimos allí abajo, muy cerca, las ruinas del imponente castillo de Trevejo.
Cruzamos la carretera y seguimos por el camino bordeando el pueblo, cuya visita tranquila dejamos para otra ocasión. En dirección a San Martín de Trevejo pasamos muy cerca de la plaza de toros y subimos por un callejón, por cuyos muros sobresalen las hojas doradas de las viñas. El camino está muy bien empedrado, aunque hay que doblar el espinazo para subir las cuestas. Otra vez nos cobijan las ramas de robles y algunos pinos. En la cumbre del puerto reponemos fuerzas mientras disfrutamos de las vistas privilegiadas del Val de Xálima, con sus tres pueblos emblemáticos: San Martín, Eljas y Valverde.
La bajada es difícil porque el camino está lleno de los gorrones sueltos del empedrado, pero la umbría de los castaños nos vuelve a envolver otra vez. De manera brusca empieza el firme de hormigón duro y áspero que tiene que echarse a un lado para respetar al viejo castaño con el tronco hueco con cara de monstruo enorme. Con paciencia de abuelo aguanta los abrazos de los niños que posan para los móviles de sus padres.
Desde aquí a la carretera hay un paso. Solo nos queda un kilómetro para volver por la carretera al cruce de Villamiel, donde dejamos el coche dos horas y pico antes.
Dejamos el coche en el mirador que hay frente al cruce de Villamiel con la carretera de San Martín, y comprobamos que la temperatura era muy agradable y que las nubes no eran muy amenazantes, aunque las crestas de As Torris y la cumbre del Jálama estaban cubiertas por la niebla densa.
Iniciamos la marcha por un camino que nace unos metros mas arriba, a la orilla de la carretera. La portera de alambres y cuerdas azules apenas es un obstáculo. El camino empieza empinado bajo los robles de la dehesa de San Martín y con la tierra oliendo a humedad y a rocío fresco. Las hojas secas empiezan ya a cubrir el suelo. El musgo vuelve a cubrir las piedras de las paredes en ruinas. El silencio es completo, aunque veces se oyen a lo lejos los cencerros de las vacas de las laderas de enfrente. Casi en lo alto del puerto, entre escobas y matas de roble, aparece el perfil oscuro de un chozo circular de piedra, con falsa cúpula desnuda, vigilando la dehesa vacía. Llegamos al collado dejando a la derecha una pista que baja hacia el valle.
Arriba nos encontramos con el viejo camino, empedrado a trozos, que, por las laderas del Jálama, viene de El Payo. Torcemos a la derecha y contemplamos el pico cubierto por jirones de nubes. Enfrente, el valle de Acebo, desde la presa de la Cervigona hasta el núcleo del pueblo. Caminamos por una pista reciente, de las muchas que surcan la sierra, y que permiten llegar con los coches hasta el penúltimo rincón del monte. En un recodo disfrutamos de un bosque frondoso de robles y un sotobosque de helechos dorados, que arropan el Arroyo del Cahiz que baja hacia el pueblo. Allí mismo abandonamos la pista de Acebo y seguimos a la derecha por el camino de Villamiel, entrando en la "Jesa" del pueblo por una portera canadiense. Volvemos enseguida a caminar bajo los robles que aguantan todavía verdes la llegada del otoño.
Según bajamos, nos vamos encontrando con el camino mejor empedrado, por un callejón encajonado por muros de piedra. Los cultivos en bancales se extienden por las laderas. Los frutales están ya casi desnudos, pero las cepas de las viñas están cubiertas de hojas limpias y relucientes por el agua de la lluvia reciente. Es un placer disfrutar de estos rincones de la Sierra. En la bajada nos vamos demorando haciendo fotos sin parar y, casi sin darnos cuenta, descubrimos allí abajo, muy cerca, las ruinas del imponente castillo de Trevejo.
Cruzamos la carretera y seguimos por el camino bordeando el pueblo, cuya visita tranquila dejamos para otra ocasión. En dirección a San Martín de Trevejo pasamos muy cerca de la plaza de toros y subimos por un callejón, por cuyos muros sobresalen las hojas doradas de las viñas. El camino está muy bien empedrado, aunque hay que doblar el espinazo para subir las cuestas. Otra vez nos cobijan las ramas de robles y algunos pinos. En la cumbre del puerto reponemos fuerzas mientras disfrutamos de las vistas privilegiadas del Val de Xálima, con sus tres pueblos emblemáticos: San Martín, Eljas y Valverde.
La bajada es difícil porque el camino está lleno de los gorrones sueltos del empedrado, pero la umbría de los castaños nos vuelve a envolver otra vez. De manera brusca empieza el firme de hormigón duro y áspero que tiene que echarse a un lado para respetar al viejo castaño con el tronco hueco con cara de monstruo enorme. Con paciencia de abuelo aguanta los abrazos de los niños que posan para los móviles de sus padres.
Desde aquí a la carretera hay un paso. Solo nos queda un kilómetro para volver por la carretera al cruce de Villamiel, donde dejamos el coche dos horas y pico antes.
1 comentario
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antoniocasmo 02-nov-2018
Excelente ruta, llena de un colorido espectacular, especialmente esta mañana. Muy agradable caminar entre un bosque de robles y castaños, con ventanas hacia El Jálama, Trevejo, Villamiel, San Martín,Eljas,...